Relatos de Semana Santa
II – La oscuridad de Carmela.
Al zaguán de la casa, fresco en la tarde-noche, llegan suaves, acolchadas, medidas frases de “Soleá dame la mano”. Se intuye el aroma del incienso de siempre, en saquito de arpilla, en las manos juguetonas de los nietos de Carmela.
Para ella, los días son nublados, cubiertos de una espesa niebla que le impide recordar nada. Ni tardes ni mañanas pasadas vienen a su mente. Ninguna huella de regocijos vividos. Ninguna tampoco de males o estrechuras. No hay recuerdos. No hay … nada.
Una inquietud la persiguió, no obstante, ésta mañana. Una sospecha difícil de acotar en su recortada mente. Anduvo por ello el día más nerviosa de lo habitual. Y a la caída de la tarde, como si una luz al final del túnel la llamara, se levantó de la anea donde reposa las tardes en el silencio frío de su enfermedad.
Señalando el zaguán de la puerta, aprieta la mano de quien a su lado siempre está, para ir hacia aquella luz.
El palio de la Virgen del Rosario se mece volteando la esquina de la calle a los sones de Font de Anta. Trae la virgen un compás que burla al metrónomo. Ascuas al pie dan calidez a su tez rosada, blancas rosas vibrando a las veras, terciopelo burdeos que baila a la contra de varales y un cielo bordado en perlas.
El capataz arría el paso en la puerta de Carmela, impávida y agarrada al brazo de su hija. Y entonces, sólo entonces, un solo parpadeo y una luz que deslumbra las pupilas de su mente. La Virgen que tantas veces vistió visita su memoria. Sonríen recuerdos de tardes vecinales preparando gajorros y pestiños. Cariños de noches en vela perfilando las costuras del manto de la Virgen, de alfileres custodiados en un joyero de nácar para poner con primor en su tocado…. Una túnica derramada en la puerta del armario. Estampas de hermandad sobre la mesita de noche. Un rosario en el cabecero de su lecho.
Cuanta vida cabe en un parpadeo.
Golpes fuertes. “Esta va por Carmela”; y el paso entonces se eleva, vertiendo en los costados pétalos de primavera. Un capuchón se acerca y pone en sus manos una estampita de la Virgen del Rosario. “Para ponerla en la mesita de noche, mamá”.
Mejillas empapadas… Y, de nuevo, oscuridad eterna.
Aquella que está siempre a su lado le seca las mejillas. Carmela no sabe qué es lo que tiene en sus manos.
Vuelve la nada ahogando su mente en una niebla pesada. Aquella que está siempre a su lado suspira … y reza a la Virgen del Rosario.
Con cariño, a las personas que, como Carmela, padecen Alzhéimer y a quienes están siempre a su lado, encendiendo la luz que a aquellas les falta.
Francisco Agudo. 28/3/23